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miércoles, 6 de octubre de 2010

El lenguaje en la escuela

Por Luis Jaime Cisneros

Un plan de estudios se formula para promover modificaciones en la conducta de los alumnos. Implica condiciones y actividades de observación y aprendizaje sujetas a exigencias específicas. Todo ello comporta una madurada estrategia. Enseñamos cursos distintos relacionados con el lenguaje a lo largo de varias etapas escolares, y es natural que estemos alertas respecto del currículo y del alumno.


Si tuviera que plantearme el ideal de la enseñanza lingüística en los primeros años de la enseñanza primaria, sencillamente insistiría en afirmar que esa enseñanza debe estar relacionada con la claridad del alma y de la mente. Que el lenguaje sirva para que el niño vea claro. Ver claro dentro de sí mismo es un modo de comprobar que las cosas se imponen y triunfan del error y la oscuridad, puesto que ver con claridad es enriquecer espontáneamente con los ojos del cuerpo y de la mente la verdad sencilla de las cosas. 

En ese sentido, no nos podemos ocultar que cuando la escuela inicia su tarea con el lenguaje ya llega tarde. Por algo el niño que no sabe hablar no tiene acceso a la escuela primaria. La escuela exige como pasaporte imprescindible un primer entrenamiento: un manejo incipiente de la lengua oral. Dicho entrenamiento no supone conocimiento alguno de técnica lingüística sino conciencia primera de que el lenguaje sirve para denunciar intenciones, transmitir sentimientos, manifestar deseos, consignar el vínculo con los otros y expresar pequeños arrebatos de rabia o alegría, o revelaciones de la vida interior. Lo que el alumno aporta esencialmente a su primer contacto escolar es una inicial experiencia de uso.

La escuela no suele aprovechar debidamente dicha experiencia, atareada por preocupaciones de rigor gramatical. Por eso conviene preguntarse cuál es, o cuál debe ser, el desiderátum de esa enseñanza lingüística en el nivel inicial de la enseñanza primaria. Yo diría que hay que adiestrar al alumno en el arte de decir y comprender, en sus perspectivas ricas e ingenuas, perfectibles y abiertas de conversación. Son actividades, todas ellas, tramadas de dificultades no siempre fáciles de detectar, y menos aún de salvar. ¿Por qué calificamos de difíciles estas operaciones? Porque en la mayoría de las escuelas primarias, en América Latina, se suele otorgar gran preferencia a contactar al estudiante con la lengua escrita, antes de inspirarle confianza y oportuna conciencia de la oralidad y de su eficacia comunicativa. Pero la oralidad es ahora el horizonte adecuado para adquirir dominio de cuantos servicios ofrece el lenguaje, y conduce al alumno a cobrar conocimiento cierto de su auténtica calidad humana al descubrirse y confirmarse como ‘emisor’ y ‘receptor’ de la comunicación con el prójimo. En el ejercicio de la lengua oral el niño afirma su seguridad y su confianza. La oralidad nos pone en condiciones de apreciar el valor socializador del lenguaje y permite que el muchacho aprenda a discernir cómo forman parte de su contexto discursivo el paisaje exterior, las gentes con quienes habla, sus propios estados de ánimo y las circunstancias todas que rodean a un hecho de lengua. La oralidad permite, además, como es obvio, advertir la eficaz y espontánea ayuda de la gesticulación y el decisivo valor semántico de la melodía. La entonación es un arma que hay que poner de relieve antes de internarse en la lectura.

Grata impresión me depararon algunas escuelas primarias europeas. Los niños se recreaban con el lenguaje. Decían poesías, romances, jitanjáforas, juegos de palabras. Gustaban la lengua como si alguien los hubiera programado para que le tomasen el verdadero sabor. Después de ese dominio de la oralidad, venía el encuentro con la escritura. De ese modo, la lengua venía a ratificar la posesión y a dar, al mismo tiempo, la seguridad indispensable a la expresión.
El aprendizaje de la lengua oral reclama que la escuela ratifique la vacilación inicial con que el alumno se mueve, hasta que quede reemplazada por la destreza. Antes de enseñar a ‘leer’, hay que poner interés en que el niño aprecie el valor de los acentos y juegos tonales. Que aprenda a descubrirse y a descubrir a los otros (es decir, que aprenda a ‘rastrear’ la intención de lo que se comunica a través de la entonación).

Apreciacón Personal

Me parece muy importante el tema abordado por Luis Jaime Cisneros  acerca del papel fundamental del aprendizaje oral  en  los alumnos, ya que es un tema  de las debilidades en la educación del Perú  principalmente en la educación primaria.
Hay que entender que la eduación primaria forma la base de la formación linguística oral en los alumnos, porque consecuentemente al finalizar su educación éste debe  terminar de  un dominio oral.
Señalaba el autor que en países de europa dan como prioritario en su educación primaria el dominio de la oralidad y después venía a lo que Jaime Cisneros llamaba el encuentro de la escritura .

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